Si ves un cordero
Aún eres soñador
Bienvenido ¿Se sirve algo hoy? Estaba preparando los postres pero literalmente se los han robado...
-o-.
Cuando las horas suman que me falta una noche completa de sueño, y los estudios demuestran, una vez más, que las materias que tiene aplicacion de matemáticas no se me dan muy bien, asumo bien responzabilidad tras responzabilidad, sometiéndome a la sobrevivencia por estrés, pero hace un rato acabo de salir de un examen , y agotada, creo descubrir mi personalidad, mi ser interior al caminar...
Érase una vez una princesa que comía cuando tenía sueño, comía cuando estaba nerviosa, comía cuando estaba alegre, comía cuando estaba triste, comía cuando estaba acompañada y comía cuando estaba sola. De resueltas de ello, Adelaida era enormemente gorda.
Sus súbditos en cambio, vivían hambrientos. Con una lechuga se alimentaba un familia durante un día y con un hueso de pollo se hacían las sopas de todo un mes.
Si embargo, nadie protestaba contra la princesa golosa. Al contrario: hasta los más famélicos hubieran renunciado a su miga diaria con tal de que a ella no le faltara su torta del desayuno.
Y esto era así porque su pueblo se la comía con los ojos. Todos los días al medio día, cuando el hambre picaba con más fuerza, Adelaida salía del palacio montada en un percherón y se paseaba muy oronda por entre el gentío. Hombres, mujeres y niños contemplaban con la boca abierta y ojos de plato sus brazos gordos como jamones, sus muslos gordos como terneros y sus mejillas gordas como sandias, y en menos que canta un gallo quedaban saciados. Por su parte, la princesa regresaba de esos desfiles con tanta hambre que no cabía en sí de felicidad.
Pero un día la princesa se enamoró de un paje menudito. El paje comparó mentalmente el largo de sus propios brazos con el ancho de la cintura de su enamorada y, aterrorizado, huyó del reino. Adelaida enfermó de amor; perdió el apetito; enflaqueció y enflaqueció hasta el punto de que daba lástima mirarla. Sus desfiles se suspendieron. Sus súbditos privados de la suculenta exhibición diaria, se dedicaron a trabajar afanosamente para comer. Prosperaron en poco tiempo. Y cuando Adelaida murió, flaca como una momia, ya no quedaba nadie en el reino que pasara hambre.
Sin embargo, todos lloraron inconsolablemente.